CIBERMAGAZINE

miércoles, 26 de enero de 2011

Réquiem por los derechos ciudadanos




(Murcia, 25-01-2011) En silencio, bajo el oscuro manto de la noche, y salpicada por la fina lluvia, una marcha fúnebre formada por 60.000 almas recorrió la Gran Vía de Murcia. Como si de la Santa Compaña se tratase, un halo de luz compuesto por velas de todos los colores, formas y tamaños, marcaba el camino a seguir para aquellos que ya estaban hartos. Hartos de recortes, de crispación, y por que no decirlo: de que les metan la mano en el bolsillo, que hoy por hoy, es lo que más jode.


No de cuerpo presente, pero sí heridos de muerte, los derechos de los ciudadanos eran velados por aquél que más los echaría en falta: el hombre / la mujer de a pié. Ese que bien podrías ser tú; o yo; o casi todos.

Y es que, aunque el joven año 2011 ya hubiera visto otras cinco manifestaciones contra la progresiva pérdida de poder adquisitivo generalizada, ninguna otra había sido como esta; ni por asomo. Ya fuera por la polémica del ataque al “sobrinísimo” consejero de Cultura, la incertidumbre de si el TSJ iba a permitir el itinerario, o el cabreo que tienen los fumadores por no poder echar humo en los bares, el número de asistentes no tuvo precedentes; como si algo hubiera sacado del tedio a los impasibles.



Radicalmente cívicos

La manifestación trascurrió con una asombrosa calma tensa y en un silencio cuasi sepulcral. Después de que en capítulos anteriores se originaran algunos disturbios, como los huevos lanzados contra una de las casas del presidente de la Comunidad, Ramón Luís Valcárcel (concretamente, sobre un ático calificado como VPO y situado en la principal avenida de la ciudad), ningún incidente (al menos presenciado por el que suscribe estas líneas) empañó las reivindicaciones que tan concurrida audiencia quería dejar patente.

Ni las acusaciones vertidas por algunos políticos sobre la implicación de manifestantes en la agresión perpetrada contra Pedro Alberto Cruz (consejero de Cultura del PP), ni la petición llevada ante los tribunales por su tío, el también presidente de la Región de Murcia, para que la manifestación no pasara por la puerta de su ático de VPO, consiguió caldear los ánimos de la marcha funeraria.

El cuento de ‘Pedro y el Ladrillo’

A estás alturas, ya nadie ríe cuando se habla de la explosión de la burbuja inmobiliaria. Durante años, incluso décadas, el rumor de las posibles consecuencias catastróficas de la voraz especulación urbanística era tomado con sorna por mucha gente. Como si del cuento de ‘Pedro y el Lobo’ se tratase, el temible lobo llegó, y en vez de comerse a las ovejas, se llevó el trabajo, echó a la gente de sus hogares y trajo la tristeza a más de cuatro millones de corazones. El que había sido el motor de la boyante economía nacional, el ladrillo, acabó mostrando su doble filo, y cortó a casi todos los que alguna vez se habían apoyado en él.

Algunos sangraron (y seguirán sangrando) más que otros. Entre las clases sociales, como siempre, se llevaron la peor parte los que están abajo en la pirámide alimenticia del liberalismo económico. En el mapa nacional, a una pequeña Región uniprovincial situada en el sureste mediterráneo le está tocando pagar con creces los felices años, ya lejanos, de nuevos ricos y Mercedes-por-doquier. Murcia es la ‘Zona 0’ de la crisis del ladrillo, y prueba de ello son los recortes de los beneficios sociales sufridos, promovidos tanto por el Gobierno Central (PSOE) como por el Regional (PP), que convierten a l@s murcianic@s en españoles de segunda clase.

R.I.P.

Finalmente, el itinerario original de la manifestación fue respetado por la Justicia, y los allí presentes decidieron corresponder el voto de confianza cambiando los gritos reivindicativos, los tambores y los megáfonos por velas, ropajes oscuros y silencio. Sobre todo, cuando pasaron frente al ya famoso ático de VPO, protegido por un cordón formado por policías y sindicalistas. 

Frente a la Delegación del Gobierno, los comensales del entierro dejaron dos cajas fúnebres simbólicas y las rodearon con las velas multicolores que habían portado a lo largo del recorrido. “El pueblo ha hablado; ahora solo falta saber si alguien lo escucha o si a alguien le importa”, comentó, diciendo lo que todos pensaban, un ciudadano anónimo.

Texto: Cuco
Fotos: Cuco